Fuente: elperiodico.com
No saber su paradero. Desconocer si están vivos o muertos. Si se sospecha que están muertos, preguntarse una y otra vez si han sufrido o no. Mantener la esperanza de que algún día puedan regresar. La lista de preguntas sin respuesta que taladran el pensamiento de los familiares de una persona que desaparece es casi infinita. Por eso, como le ha ocurrido a Ruth Ortiz durante estos 11 meses de incertidumbre, los seres queridos de los desaparecidos quedan embarrancados en un dolorosísimo drama psicológico que es muy diferente a la tragedia que se produce cuando, desde un principio, se sabe que ese individuo ha muerto.
Flor Bellver, psicóloga y presidenta de Inter-Sos, la Asociación de Familiares de Personas Desaparecidas Sin Causa Aparente, sostiene que los seres queridos de la víctima quedan «bloqueados emocionalmente». «Ante la muerte sabemos qué hacer. Hay unas ceremonias, unos ritos, un lugar dónde llorar al ser querido. Poco a poco, esa pérdida se elabora. Unas personas la superan y otras, no. En cambio, en el caso de los desaparecidos no hay nada, solo un vacío».
«Para empezar -explica Bellver- los familiares no saben qué hacer. Y eso genera una situación de estrés y de angustia que se cronifica. Siempre dudan de si están haciendo lo correcto, lo suficiente. Además, esa persona ha desaparecido físicamente, pero su presencia en la mente de los familiares es permanente. Solo piensan y hablan de él». Los familiares viven un infernal día de la marmota. «Imagina una madre. Queda apresada en esa angustia por no saber si está vivo o muerto. Y, en el fondo, hasta que no se encuentra una evidencia de que ha fallecido, siempre va a mantener la esperanza de que ese hijo reaparezca, con lo que la madre nunca va a pasar página, ni va a permitirse dejar de pensar en él», dice la presidenta de Inter-Sos.
Virginia Domingo, experta en justicia restaurativa, la doctrina que plantea que cuando se comete un delito, además de castigar al agresor, hay que atender a la víctima y ayudarla a superar el trauma, señala que los familiares de desaparecidos, «al no poder constatar de forma definitiva la muerte de su ser querido, no pueden avanzar emocionalmente, con lo que nunca consiguen incorporar ese drama, racionalizarlo y tirar para adelante». Así, no consiguen ir avanzando en las distintas etapas que, según los psicólogos, tiene el duelo: negación, ira, pacto, depresión y aceptación.
No tener un lugar donde reposen los restos, donde poder ir a llorar al ser querido, les impide también llevar a cabo el duelo. A eso se suma el temor de que los restos estén abandonados o tirados y la obsesión por darles una sepultura digna. Por eso, en casos como el de Marta del Castillo, sus padres, aunque sepan que la joven está muerta, buscan desesperadamente el cadáver.
AYUDAR A LA MADRE / Poniendo el foco en el caso de los niños de Córdoba, Domingo alerta de que «todo el mundo habla del padre, de cómo pudo hacer eso, de si hay que condenarle a cadena perpetua, pero en cambio nadie habla de la madre, del infierno que esta mujer ha vivido y de cómo se la puede ayudar».