Fuente: lavanguardia.com
Un vecino encontró los restos por casualidad mientras limpiaba la maleza de su finca
Nadie puede imaginar lo que debe de sentir esta familia de Sant Vicenç dels Horts cuyo marido, padre, abuelo desapareció una mañana sin dejar rastro. Nadie puede hacerse a la idea de lo que debe de significar encontrar su cadáver 32 años después. Ascensión Sánchez llevaba tres décadas sin saber de su marido.
Una mañana, Antonio Urquiza, de 40 años, se marchó a trabajar y nunca volvió. Trabajaba de albañil en Vallirana. El domingo 25 de septiembre pasado un vecino de Cervelló que limpiaba los arbustos de su finca encontró su cadáver. Da la casualidad de que aunque llevaba viviendo más de treinta años en esa casa con su familia nunca habían pasado por allí.
El cuerpo se encontraba a pocos metros de la carretera pero en todos estos años nadie lo vio. La maleza y los arbustos lo mantuvieron oculto aguantado por una piedra en mitad de la pendiente que le hizo de tope y evitó que cayera al vacío en un precipicio.
Antonio Urquiza desapareció el 13 de octubre de 1984. Su esposa tenía 32 años, los mismos que ha pasado sin él, y los seis hijos, de entre 4 y 14 años, crecieron preguntándose dónde estaría su padre. Tres décadas transcurridas en las que han llegado dieciocho nietos y la muerte del hijo mayor.
El día que Antonio no volvió a casa su mujer pensó que se había quedado cantando en alguna peña. Le encantaba el flamenco y se le daba muy bien. Le apodaban el Farina en alusión a Rafael Farina, de quien se sabía todo el repertorio. El segundo día Ascensión ya empezó a sospechar que Antonio, siempre atento con sus hijos, no aparecía porque le había ocurrido algún percance. El tercer día ya no tuvo ninguna duda. Le había ocurrido algo.
Con su hijo mayor, Jose, de 14 años, decidió ir a buscarlo a la obra donde estaba trabajando, a ver si sabían algo. De camino se encontró al jefe de su marido, que dijo no saber nada de Antonio puesto que los últimos tres días había estado enfermo.
Mientras seguían subiendo hasta la obra se toparon con un agente de la policía local de Vallirana que, extrañado, les avisó de que el coche de Antonio llevaba unos días aparcado frente a la torre que estaba construyendo. En el interior del vehículo encontraron un reloj con la correa arrancada de cuajo, como maltrecha por un forcejeo, y la cartilla de ahorros con 100.000 pesetas. “Eso demostraba que no se había fugado, porque el dinero estaba íntegro”, cuenta Ascensión. Su hijo Jose empezó a sospechar y se coló en la torre por la ventana. Entre unos colchones encontró una escopeta de cañón recortado y unos pantalones con la pernera derecha llena de sangre. Su madre y él mismo los custodiaron hasta que llegó la Guardia Civil, aunque esas dos pruebas nunca más constaron en la causa judicial. “Se esfumaron”, lamentan.
Antonio Urquiza desapareció el día que tenía que cobrar un cheque de más de un millón de pesetas de su jefe. Tras trabajar más de quince años para la misma empresa sufrió un accidente laboral y descubrió que no estaba asegurado. Lo denunció y la justicia le dio la razón y obligó a la empresa a compensarle los años sin cobertura. El día que debían entregarle 1.300.000 pesetas desapareció.
Ascensión tuvo que sacar adelante a sus seis hijos sin ayuda y sin saber qué le pasó a su marido. “Estuve tres meses sin reaccionar. Mis hijos me decían: ‘Mamá, que no hay pan, mamá, que no hay leche...’ y yo no reaccionaba”. Recuerdan como los días siguientes los vecinos de Sant Vicenç dels Horts se volcaron en la búsqueda de Antonio. “Se portaron muy bien. Todos los vecinos y todo el pueblo”. Pero tampoco hubo suerte. Ni rastro.
La investigación abierta por la Guardia Civil tampoco dio frutos. La familia cree que pudo haber hecho más: “Nos hicieron creer que se fue con otra; que cogió el dinero y se marchó, pero yo nunca me lo creí”, afirma Ascensión. Siguieron buscándolo. Recibieron noticias de que lo habían visto cantando en una peña en Mataró, pero tampoco fue cierto.
Los años transcurrieron sin obtener respuestas y la incertidumbre se adueñó de la vida de los Urquiza. Quizás por propio convencimiento o como mecanismo de defensa para hacer más llevadero el sufrimiento, siempre pensaron que el cadáver de Antonio estaba enterrado en el muro de contención que estaba construyendo en Vallirana. Era una obra que realizaba al mismo tiempo que la torre donde hallaron la escopeta. “Siempre me decía que en el muro sólo trabajaban él y otro chico, pero cuando volví cinco días después de la desaparición vi a mucha gente trabajando y el muro casi terminado. Pensé que lo habían enterrado allí”, relata su mujer. La desesperación por encontrar respuestas llevó a la esposa a pedir al juzgado que derribara el muro. “Señora, pague un millón de pesetas y el muro se tira”, le dijeron.
Pasados diez años siguieron persistiendo en encontrarlo. Fueron a la televisión. Dos de los hijos participaron en el programa Quién sabe dónde, de Paco Lobatón, por si alguien sabía algo o por casualidad había visto a Antonio. Eso desencadenó un avalancha de mensajes diciendo que le habían visto, pero ninguno fue cierto.
“Llevo 32 años en manos de psicólogos. No tengo fuerzas para nada”, lamenta Ascensión. Nunca ha cobrado pensión de viudedad porque nunca constó que su marido estuviera muerto. Relata esta historia de memoria, acostumbrada a repetirla durante 32 años, mientras sus hijos lloran abrazándose unos a otros. Tres décadas sin saber es demasiado tiempo. El domingo 25 de septiembre apareció su cadáver.
Agustí Roig es un vecino de Cervelló que decidió salir a limpiar la maleza que quedó esparcida por su terreno durante las grandes ventadas del 2011. Llevaba todo el mes de agosto limpiando. Además, quiso aprovechar para pasear por la finca y delimitar dónde acababa su terreno. Emprendió el camino de la derecha, cuando siempre cogía el de la izquierda. Subió la pendiente, pasó unas rocas y los vio. “Vi los huesos allí arriba. Eran blancos, los tenía a una altura de tres metros. La primera reacción es que no piensas que puedan ser de una persona, pero vi un hueso un poco más grande, incluso una rótula, y luego me asusté y avisé rápidamente a la policía local”, cuenta. “Estaban tapados por las hierbas encima de unas rocas. Las piernas arriba y la cabeza hacia abajo apoyada en una piedra”.
La inclinación de los restos induce a pensar que a Antonio lo tiraron desde la carretera pendiente abajo, aunque no llegó a caer. Y allí permaneció oculto tres décadas sin que nadie lo viera. A sólo cuatro metros de la carretera en un ángulo muerto, en la montaña que queda enfrente de donde lo buscaron. Los Mossos encontraron el carnet de conducir de Antonio entre los restos de su ropa. Parece mentira que hayan sobrevivido todos estos años. Dos días más tarde llamaron a Ascensión. “Sé que siempre llevaba una camisa de cuadros”, dijo a la policía. En los fotogramas que le enseñaron apareció la camisa y,sí, era de cuadros. Lo que más conmocionó a su esposa fueron las botas. Aún estaban allí, las que le había regalado ella. “Tenía una pierna más delgada que la otra y tenía que llevar cordones para poder apretárselas”. Estuvo cuatro horas con los Mossos y salió pálida, explica. “Saber que está muerto ha sido un palo otra vez para mí”.
La policía realiza estos días pruebas de ADN para acreditar científicamente que los restos corresponden a Antonio Urquiza. La autopsia intentará determinar si la muerte fue criminal aunque, en caso de serlo, el delito estaría prescrito. Mientras, su familia sigue cogiendo fuerzas. “No nos consuela saber que está muerto. No queremos pasar página hasta que sepamos qué le paso”.