DESCRIPCIÓN:
Varón.
DESAPARICIÓN:
Fecha de la desaparición: 07/06/1987 (tenía 13 años). Desapareció en Oviedo, en la zona de los Picos de Europa, en las proximidades de los Lagos de Covadonga.
CONTACTO:
Llamar a la Policía Nacional, Jefatura Superior de Policía de Oviedo y/o INTER-SOS: 676.166.977
Fuente: https://www.elmundo.es/espana/2021/08/09/60e33910fc6c83157e8b463a.html
Los padres de Germán Quintana, de 13 años cuando desapareció en 1988, pusieron tierra de por medio y se mudaron de Oviedo a Fuengirola. "Su pérdida nos cambió la vida de una manera indescriptible", dice su hermana
Hay familias que nunca cambian de domicilio ni de teléfono por miedo al que el desaparecido regrese y no los encuentre en casa o llamen al número que tienen memorizado y nadie les responda.
A los padres del niño Germán Quintana Blanco, sin embargo, el dolor les hizo poner tierra de por medio. Exactamente 1.009 kilómetros, la distancia que hay por carretera entre Oviedo y la ciudad de Fuengirola (Málaga), adonde se mudaron en 1988, un año después de que su hijo de 13 años se perdiera durante una excursión del colegio a los Picos de Europa.
-Mis padres vendieron todo lo que tenían en Oviedo [un restaurante y el piso] para alejarse de allí. A los Picos de Europa no han vuelto nunca y mi padre no quería ni volver a Asturias. Hubo varios años en los que cortaron el contacto completamente.
Cristina Quintana, de 40 años hoy, la hermana pequeña de Germán, nos atiende en la terraza de un quinto piso desde el que casi se ve la playa de los Boliches de Fuengirola. Es la casa en la que vive su madre, María Lourdes. Ésta se ha ausentado adrede durante la entrevista -"le afecta mucho este tema, es muy doloroso para ella recordarlo"- y espera nuestra marcha en un parque cercano con las hijas de Cristina, de seis y tres años. "Anoche no durmió pensando en que veníais. 'Tendría que haberles dicho que no, para que dije que sí', decía esta mañana".
Ha sido suerte que la madre diera el visto bueno a la charla con su hija y también que ésta se encontrara en España. Habitualmente reside en Kuala Lumpur (Malasia), donde trabaja como profesora de Traducción en la Universidad. Tras un año y medio sin poder salir del país por la pandemia de la Covid-19, hace sólo 15 días que ha llegado a Fuengirola. Viene embarazada de seis meses y con la intención de dar a luz aquí a su tercer hijo o hija, ya que no ha querido saber el sexo del bebé.
Hace años que la familia no habla con los medios de comunicación.
-No es que se pierda la esperanza, pero hemos tenido tantas entrevistas y luego no valen para nada... Yo realmente lo hago ahora por hacerle un pequeño tributo a mi hermano, para transmitir que no lo hemos olvidado y que para nosotros es importante.
Los Quintana Blanco eran a mediados de 1987 el vivo retrato de la prototípica familia feliz. El padre, José Arturo, había regresado a su Asturias natal tras 14 años emigrado en Argentina y se había casado con una paisana de Ouria, María Lourdes. El matrimonio montó un restaurante en Oviedo -ella en la cocina; él atendiendo a la clientela- y tuvo la parejita: Germán (13 años) y Cristina (6). En este idílica estampa falta hoy el desaparecido Germán y también el padre, José Arturo Quintana, fallecido hace cuatro años de cáncer.
Cristina, que tenía sólo seis años, difícilmente encuentra recuerdos cuando bucea en su memoria de aquella época. "Se mezclan con las historias que me han contado. [Cierra los ojos y se concentra] Tengo en mi cabeza imágenes del piso, de alguna escena familiar difusa... Tengo recuerdos del sufrimiento de esos días y de los posteriores. Yo estaba con familiares porque era muy pequeña y trataban de protegerme. Mis padres viajaban mucho, estaban todo el día yendo y viniendo a Cangas de Onís [al cuartel de la Guardia Civil]".
El 7 de junio de 1987 era domingo. Los Quintana Blanco vivían frente al colegio Loyola de Oviedo, de donde partía la excursión rumbo a los lagos de Covadonga. A algunos niños los acompañaban familiares y otros, como Germán, iban solos con una autorización firmada por los padres. José Arturo y María Lourdes dejaron al niño a pie del autobús y se marcharon al restaurante sin sospechar que sería el último día que abrirían el local.
En un momento dado de la expedición, un grupo propuso subir al Mirador de Ordiales, un balcón natural con impresionantes vistas al Valle de Angón. Las crónicas de la época no dejan claro si Germán se apuntó en el último momento y comenzó la ascensión ya rezagado o si se descolgó una vez comenzada. Sí parece fiable el testimonio de un montañero que aseguró haberlo visto sentado bajo un árbol, tranquilo, probablemente descansando, solo.
Cuando el grupo que había acometido la ascensión regresó al punto de partida se hizo un recuento. Faltaba un niño. Los responsables de la excursión se percataron de la ausencia de Germán sobre las 14.30 horas, a la vez que en las montañas se desataba una brusca tormenta. El día primaveral se transformó de repente en invernal. A la lluvia se unió una espesa niebla que dificultó la visibilidad y el termómetro bajó de 20 grados y pico a cero. Germán sólo llevaba una camiseta, un jersey fino y una toalla; nada de comida. Se le buscó toda la noche con silbatos y perros pese al temporal, que arreció muy fuerte en la cornisa cantábrica los días siguientes provocando el naufragio de varias embarcaciones y otro desaparecido en la costa de Vizcaya.
Fue también la densa niebla la responsable de que la tragedia de la desaparición del menor se transformara en otra aún mayor. A la búsqueda se unieron un helicóptero y el Grupo del Perro de Salvamento de la Ertzaina, el único equipo canino de búsqueda de personas que había entonces en España. En el quinto día de batida, sobre las 15.30 horas, las condiciones metereológicas hicieron imposible proseguir y los ocho miembros del grupo echaron a suerte quién regresaba a Cangas de Onís en el helicóptero y a quien le tocaba una tediosa vuelta en coche. Nada más despegar, el aparato se estrelló. En él viajaban siete personas -los cuatro guías caninos que habían ganado el sorteo, el piloto, el mecánico y el responsable técnico de Protección Civil de Asturias- y los cuatro perros de rescate. Todos fallecieron en el acto. Entre ellos estaba Lourdes Verdes, madre de la presentadora Anne Igartiburu, quien tenía 18 años entonces.
-El accidente añadió aún más dolor. No somos responsables directos de las muertes de esas personas, pero claro que nos hubiese gustado evitarlo -dice Cristina sin ahondar mucho en el desgraciado suceso.
El día 23 de junio de 1987, dos semanas después de la desaparición, Abc recogía estas declaraciones de la madre de Germán. "Vivo ya no lo vamos a encontrar, no nos queda ninguna esperanza, pero sólo pido que aparezca el cadáver de mi hijo". Lourdes Blanco, decía el diario, había perdido 10 kilos en 14 días.
Los medios hicieron un seguimiento continuo pero discreto del caso. Entonces sólo existían las dos cadenas públicas de televisión y ni siquiera se había creado el programa Quién sabe dónde. «Me da pavor pensar que esto hubiera ocurrido hoy con los actuales medios de comunicación, que creo que son brutales y hacen daño a las familias», dice Cristina, muy crítica con el tratamiento mediático de las desapariciones. «Cuando sale el caso de Anna y Olivia [las niñas de Tenerife] apagamos la televisión. Los medios han convertido un caso de desaparición en una telenovela».
En aquellas declaraciones de 1987, la madre no contemplaba que su hijo viviera, pero tres décadas después, la familia, o al menos Cristina, ya no habla con tanta rotundidad sobre el destino de Germán.
-Lo lógico es pensar que tuvo un accidente, quedó allí y no hemos encontrado el cuerpo. Pero como no hay ninguna prueba que confirme esa teoría, como no se encontró ni un resto, ni la mochila ni nada.... Cuando el cuerpo no aparece y no hay pistas ni rastro tienes que barajar otras posibilidades, como que no esté allí. Si lo lógico no se confirma, cualquier idea que te haga pensar que está vivo en algún lugar te la crees.
Sus padres creyeron, o al menos escucharon, a quienes se acercaban a ellos con el relato de que Germán no había fallecido, mayoritariamente videntes y detectives.
-Gastaron mucho dinero en miles de teorías: secuestros, gente que lo había visto vivo cuidando un rebaño, sectas religiosas... Mis padres estuvieron mirando hasta los Hare Krishna.
Al menos durante la década siguiente a la desaparición se dedicaron a la búsqueda activa de Germán. El primer año en Fuengirola ni siquiera trabajaron. Después abrieron un bar restaurante, de nombre Arcoiris, en el que sirvieron cocina asturiana hasta la jubilación.
-¿Cómo os cambió la vida la desaparición de Germán?
-De una manera indescriptible. Mis padres no volvieron a ser lo que eran. Mi padre tuvo depresión muchísimos años y no dejo de preguntarme cómo mi madre logró pasar por esto sin volverse loca. Respecto a mí, no sé como hubiera sido mi vida si esto no hubiera ocurrido. A partir de entonces mis padres fueron protectores conmigo, más nerviosos con lo que pudiera pasar, más pendientes de mí. Es muy difícil entender que se muera un hijo pero cuando desaparece.... Vamos a suponer que muriera: que no te digan cómo murió, si sufrió, o si sigue vivo y le hicieron algo terrible o lo manipularon para que no quisiera volver a su familia.... Esa incertidumbre es un trauma que no se puede superar.
-¿Mantienen la esperanza de encontrarlo con vida?
-No sé cómo explicarlo... ¿Esperanza de que una persona siga viva sin contactar contigo 30 años después? ¿Qué le puede haber pasado? En mi mente y en mi alma sigue vivo, pero no estoy esperando como el primer día a que suene el teléfono y te diga "soy yo" o "lo hemos encontrado".
Todas las familias de desaparecidos de larga duración que participan en esta serie de reportajes han acabado pidiendo la declaración del fallecimiento del ausente -se puede hacer a partir de 10 años- para, una vez fallecidos los padres, ahorrar los problemas con la herencia a la siguiente generación. Los Quintana Blanco no.
-Sería como admitir que está muerto. Hemos arreglado las cosas económicamente para que no sea un problema en el futuro. Pero no me lo he planteado siquiera. Para mí es como desenchufar al enfermo de la máquina.